martes, 31 de julio de 2012

RECORDANDO AL MAESTRO DE LA PLÁSTICA DOMINICANA CÁNDIDO BIDO


CÁNDIDO cándido

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Hace justamente un año el cielo palideció por unos segundos. Hubo un momento donde sólo pude contemplar unas mustias nubes asomando tímidamente. Luego, como si se hubieran conjugado todos los poderes, el azul regresó con tanta intensidad que hasta los ángeles se espantaron.
Conocí a Cándido cuando pintaba las vallas de los cines y me visitaba en mi lugar de trabajo. Llegaba siempre con una carpeta de dibujos para que yo se los ayudara a vender. Los repartía entre mis amigos y luego él pasaba a recoger el dinero. Siempre me impresionó su humildad, su dedicación, el amor a su familia y su pasión por la pintura. Luego descubrí, según nos fuimos haciendo amigos, que estaba orgulloso de haber nacido pobre, muy pobre y en Bonao. Muchas veces me hablaba de su sueño de construir un museo y una escuela para ayudar a los niños que, como él, un día pudieran encontrar el camino más fácil y realizarse como artistas…
–Algún día, Freddy, verás que lo haré.
En esos años el maestro vivía con su familia en una humilde casita cerca del puente Duarte donde, algunos domingos que lo visitaba, su esposa Modesta me hacía un jugo de piña que jamás he podido olvidar.
Una mañana me trajo de regalo una virgen pintada por él. Fue el primero de sus muchos regalos. La virgen es mi pintura inseparable y a mi entender uno de sus mejores cuadros.
Los años fueron pasando y el pintor del azul se fue convirtiendo en un gran artista. Me asombraba lo natural que asumía sus múltiples premios y distinciones. Cómo hablaba de las ciudades más importantes y el éxito de sus ventas.
Cándido jamás dejó de ser cándido.

No pudo existir un nombre más adecuado a su persona. Una vez visitamos juntos Martinica, y cuando llegamos al hotelito donde nos alojaron, unos policías estaban en el lobby del hotel.
–¿Qué busca esta gente? –me preguntó el pintor.
–¿Es que no sabes?
–¿No sé qué? –preguntó alarmado.
–Lo de las víboras –dejé caer.
–¿Qué víboras?
–Anoche una mujer fue devorada en este mismo sector y la policía anda recogiendo sus restos.

Mi cara no expresaba nada.
Cándido, en una candidez alarmante, pidió de inmediato que lo devolvieran al aeropuerto. Me tomó varias horas convencerlo de que todo había sido un chiste de mal gusto.
De todas formas, durante los días que estuvimos en el lugar, cada noche cerraba ventanas y puertas y sólo se trasladaba si lo buscaban en carro. Durante  mucho tiempo cada vez que nos encontrábamos y nos mirábamos, una carcajada nos unía recordando ese momento.
Cuando Cándido inauguró su museo escuela en Bonao fue tan humilde y gentil que me confesó que había tomado
a Casa de Teatro de referente y que mi trabajo lo había inspirado. Cándido superó todas las expectativas.

–Freddy, no quiero que estos niños pasen las penurias por las cuales yo pasé… no sabes el orgullo que siento cuando veo estos resultados.
Cándido fue nombrado oficialmente mi sobrino y siempre me llamaba tío.
Lloré su súbita salida, pero el cielo tan azul me lo recordará siempre.
Ya miraré el firmamento con más tranquilidad pues sé que un gran hombre, un hermano, un sobrino, o como él quiera que le llame, ha llenado el espacio del más bello azul del Caribe.
Cándido, no morirás nunca.
TOMADO DE DIARIO LIBRE

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